¿Quién era ella? ¿Quién era esa criatura
que surgió como el amanecer, cautivante como la luna, radiante como el sol,
terrible como un ejército preparado para la batalla?" El nombre de la rosa ·Umberto Eco, 1980.
La vio por primera y única vez en una de las áreas de descanso de la
autopista central de Cuba, camino a Villaclara. Vestía de blanco y llevaba el
mundo rebosante de esperanza en su mirada. Fue como una aparición fugaz y
cromática. Su belleza explotó en el alma del extranjero como luces de bengala
en mitad de una noche oscura. Alta, elegante, guapa, hermosa igual que un sueño
perfecto. Parecía haberse escapado de las páginas de un poema de Rubén Darío.
El extranjero no quiso lamentar de por vida el no haber tenido el descaro
suficiente de pedirle que se dejara fotografiar, para captar esa imagen de
belleza y poder enseñársela y
contarla al mundo.
—Las fotos que
gustes—dijo ella, segura de sí misma y con ese acento dulce del mar de las
Antillas que enloquecería a cualquiera.
Como en una metáfora, aquella muchacha simbolizaba el prodigioso
sensualismo y la cándida sencillez de todas las formas de belleza que uno puedo
encontrar en Cuba, porque no se concibe Cuba sin la belleza, esa belleza
espontánea, inesperada, indescriptible, misteriosa y mágica, fugaz y efímera
pero indeleble ya por siempre en la memoria y el alma de quienes tenga la
suerte de conocerla y vivirla.
El extranjero no quiso preguntarle su nombre porque creyó que
tanta hermosura no podía ser nombrada, que tanta belleza no podía caber en
letras ni palabras, pero jamás olvidará que en los breves minutos que estuvo
frente a aquella joven, a pesar del bullicio de la gente y la algarabía de los
autobuses atestados de turistas, pareció como si estuviera solo en el mundo
junto a ella… un silencio hermoso, lleno de asombro, en mitad del tumulto y el
ruido.
Aquella muchacha
debía ser como esa rosa con
la que tanto soñaba el Principito, esa rosa única, distinta y diferente a las
demás que despierta en nuestra alma sentimientos y emociones con las que todos
hemos soñado alguna vez en la vida, aunque ni siquiera sepamos su nombre. Herido de tanta belleza el extranjero
volvió de nuevo al autobús, camino a Villaclara, sin saber que tal vez, al
igual que Adso de Melk en El
nombre de la rosa, también él estaría condenado para el resto de su vida a
soñar con aquella rosa, aún sin saber si quiera su nombre.
Ella tampoco sabrá nunca el nombre del extranjero, pero si viajáis
un día por Cuba y llegáis a pasar por allí, os suplico, no os apresuréis,
esperad un momento. Y si entonces aparece una muchacha con los cabellos del
mismo color que la noche del trópico, si sonríe como una niña y creéis que sus
ojos están hechos de estrellas, por
favor, acercaos a ella, no tengáis miedo, os recibirá con una dulzura infinita
y podréis contarle que aquel extranjero cumplió su promesa y contó al mundo su belleza.
Y entonces escribidme en seguida y decidme que mi rosa sigue allí... y
que aún me espera.
* Foto: El
nombre de la rosa · , Autopista Central de Cuba, Área de descanso "Hato de
Jicarita", agosto de 2013
En Escacena del Campo, noviembre
y 1 del Año 55
CDR – Escacena del Campo
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