La lluvia llegó envuelta en
el ardoroso manto de la noche de La Habana y el extranjero tuvo que
resguardarse bajo la arcada de un portal que olía a vapor húmedo y polvo de
madera, vencida ya por los años. Pronto la calle quedó casi muda, desolada, y
las nubes aplastaron la ciudad bajo un cielo de plomo oscuro. Tras aquella
lluvia que pintaba de plata la noche y zarandeaba las hojas de los jagüeyes y los
flamboyanes, un edificio relucía sobre la tromba de agua como si fuera el
esqueleto de marfil de un viejo pero
invencible dinosaurio.
El extranjero contempló aquella imagen
frente a él un largo rato, absorto, casi hipnotizado.
Tras las ventanas iluminadas, a contra
luz, iban y venían las siluetas de personas en sus quehaceres. Escenas
hogareñas, amables y familiares que –por ser ajenas— parecían todas felices.
De una de las ventanas se escuchaba
a una muchacha joven reñir alegremente a un niño, tal vez su hijo. En otra
sonaba a ritmo de jazz una trompeta. Justo arriba, un hombre fumaba apoyado en el quicio de la
ventana. Un poco más abajo, una pareja, muy juntitos el uno del otro,
contemplaba en silencio la lluvia. En otra unos niños extendían los brazos
riéndose, mojando sus manos con las gotas de agua. Algunas otras ventanas
permanecían completamente calladas y oscuras…
Ajeno e indiferente al mal tiempo, aquel
edificio bajo la tormenta era como un pequeño y cálido refugio de afectos y
ternura… como un pequeño ‘Babel de sueños’ y el extranjero –ese extranjero al
menos— no puedo evitar pensar que todas aquellas ventanas y sus gentes eran una evocación, una
fiel metáfora de esa Cuba que a pesar del hostigamiento y la adversidad de
fuera se mantiene resistente, viva y luminosa por dentro, y que sus mujeres y
hombres, más allá de sus historias particulares, comparten todos juntos una
forma distinta de entender la vida y querer vivirla, un destino común lleno de
crudeza y dificultades, pero también de sueños y esperanzas sin los cuales
ninguna historia humana merecería jamás la pena.
Aquella noche de agosto, al extranjero le hubiera gustado
conocer una por una a todas esas personas que, ajenas a él, le mostraban un
instante de sus vidas y de esos pequeños detalles que, aunque llenos de
plenitud, se nos escapan minuto a minuto: el calor de una madre, unas notas de
música, la risa alegre de unos niños, contemplar junto a tu pareja la lluvia,
la noche, la brisa… en definitiva, mantener intacta la capacidad para
asombrarnos permanentemente para que cada gesto, cada palabra, cada instante,
se hagan trascendentes, llenándonos de curiosidad para sentirnos como embrujados por la magia de la
vida.
Aquellos seres, durante esos momentos breves, regalaron al extranjero
la felicidad que sólo los espíritus generosos y humildes pueden irradiar por
encima de las miserias cotidianas.
Aquella noche de agosto, bajo la lluvia del trópico, algo muy dentro
del extranjero exclamó en su interior: ¡Qué grande es Cuba!
Foto: Trasera del Palacio de la Computación, La Habana, Agosto de 2013
En Escacena del Campo, a 01 de octubre del Año 55
CDR-Escacena del Campo.
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